Sin lugar a dudas, Eugenio María de Hostos fue un “peregrino del ideal” como tantas veces se le ha llamado. Su vida transcurre en la mayor parte de las repúblicas iberoamericanas así como en España, Francia y Estados Unidos. Cabe señalar que en cada una de esas naciones imprimió su huella al realizar actividades literarias y políticas en pos de su “idea dominante”: la consecución de la independencia de las últimas posesiones ultramarinas españolas, Puerto Rico y Cuba. Más aún, su vida fue un “vivir peregrinante en confesión” como acertadamente la ha catalogado el historiador de las letras puertorriqueñas Francisco Manrique Cabrera. En su obra, que cubre casi todas las ramas del saber humano, se puede observar, como una constante, ese ideal que he señalado. El propio Hostos es consciente de ello cuando apunta en su diario: “Yo que me he ufanado de las derrotas que he sufrido en mi vida, pues una vida no es fuerte sino cuando se ha consagrado a conquistar su ideal por sencillo que sea.” No obstante, tal vez sean más reveladoras sus expresiones al respecto cuando en uno de sus escritos más celebrados, “En la tumba de Segundo Ruiz Belvis”, consigna:
Estoy solo con mi idea dominante. Ella es la que me sostiene en mis postraciones, la que me empuja hacia delante, la que apaga en su fuego inextinguible mis lágrimas secretas, la que me hace superior a la soledad, a la tristeza, a la pobreza, a las calumnias, a las emulaciones, al desdén y al olvido de los míos, al rencor y a los insultos de nuestros enemigos. Ella es mi patria, mi familia, mi desposada, mi único amigo, mi único auxiliar, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor, mi fortaleza. Ella es la que me señala en Puerto Rico mi deber; la que me indica en Cuba mi estímulo, la que me muestra la gran patria del porvenir en toda la América Latina… (Obras Completas, XIV, 7, énfasis mío)
Eugenio María de Hostos nació el 11 de enero de 1839 en el barrio Río Cañas de Mayagüez, ciudad ubicada en la costa suroeste de Puerto Rico. Realizó sus estudios primarios en el Liceo de San Juan de esa ciudad. Posteriormente, en 1852, es enviado por sus padres a Bilbao, España, en cuyo Instituto de Segunda Enseñanza obtuvo el bachillerato. Luego se traslada a Madrid (1858) e ingresa a la Universidad Central –hoy Complutense- en donde se matricula en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras. Allí tendrá como uno de sus más queridos profesores a don Julián Sanz del Río, ilustre filósofo que introduce y promueve el krausismo en España. Sus compañeros serán los que eventualmente descollaran como los máximos dirigentes intelectuales y políticos de la España decimonónica.
Sobre esta etapa de la vida de Hostos recuerda su más importante biógrafo:
Eugenio María de Hostos, compañero y amigo de aquella brillante juventud española que contaba entre sus hijos más preclaros a Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate, Castelar, Pi y Margall, Ruiz Zorrilla, Valera, Leopoldo Alas, etcétera, sostuvo con tesonero entusiasmo las ideas liberales de esa época, y con su pluma y su palabra ayudó eficazmente al triunfo de los principios republicanos. (Pedreira, Hostos, ciudadano de América, 8)
Sin embargo, Hostos no concluye su carrera, puesto que, como él mismo confiesa, se desilusiona con los métodos pedagógicos de la época (se ha señalado también que no terminó sus estudios universitarios por no querer recibir un título de un gobierno monárquico); época de desasosiego político y social que desembocará en el derrocamiento de la reina Isabel II. Hostos aprovecha ese suceso para, junto a otros compatriotas, luchar en la prensa y en el Ateneo de Madrid por la autonomía política y la liberación de los esclavos de Puerto Rico y Cuba y por la instauración de la República en España.
El prócer puertorriqueño colabora con numerosos artículos en periódicos catalanes y madrileños, además de escribir su primera obra, La peregrinación de Bayoán (1863). Sugestiva novela romántica de fondo socio-político en la que se perfila al futuro combatiente.
A partir de entonces, Hostos, se da a conocer por su gran liderazgo y potencia intelectual. El filósofo caribeño había decidido participar en la campaña republicana española porque había acordado con los dirigentes políticos peninsulares que una vez se estableciera ésta se le otorgaría la autonomía a Puerto Rico y Cuba. Sin embargo, cuando por fin triunfa la causa republicana las promesas no se cumplen, aunque se le ofrece la gobernación de Barcelona. Hostos comprende que en esas tierras no lograría su anhelado sueño y decide salir de España.
En 1869 se marcha a París con el firme propósito de consagrarse a luchar por el bien económico, político, social y, sobre todo, educativo de la América Latina. Esa será su meta por el resto de su vida, no obstante sobresalir brillantemente como pensador, escritor, educador y sociólogo. Facetas que se pueden apreciar en obras tales como: Moral social, Lecciones de derecho constitucional, Tratado de lógica, Geografía evolutiva y Tratado de sociología.
Hostos inicia en Nueva York (1870) su propaganda por la emancipación de Puerto Rico y Cuba, y por la unión y progreso latinoamericano. “Odisea”, según el decir de Pedreira, que lo lleva desde España a París, Nueva York, Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Venezuela, Saint Thomas, República Dominicana, Cuba y Puerto Rico.
El sentir patriótico de Hostos por la América nuestra lo visualiza Pedreira de la siguiente manera, “ciudadano de América, su patriotismo no tenía fronteras ni limitaciones nacionales que pudieran empequeñecerlo” (14). Hostos mismo solía decir que “cosmopolita es el patriota en toda patria”. Como deseaba Simón Bolívar, Hostos buscaba la unificación de Latinoamérica, esto es, el panamericanismo. Idea que seguirán predicando prohombres de la talla del uruguayo José Enrique Rodó y los mexicanos José Vasconcelos y Alfonso Reyes, entre otros muchos. Sin lugar a dudas, el puertorriqueño buscaba forjar un pensamiento común latinoamericano.
Al visitar cualquier país latinoamericano se identificaba con los problemas locales y luchaba por resolverlos. Además, sostenía que el porvenir de América estaba en la fusión de razas y que el mestizo era la esperanza del progreso. Atribuía el fracaso de España en América al olvido del indígena, a la malversación de las riquezas, a la injusta división de clases, al despotismo y a la desproporción excesiva entre ricos y pobres.
Ahora bien, no obstante la obra continental hostosiana, su sueño primordial consistía en la Confederación Antillana, una vez éstas alcanzaran su libertad política. Es por ello que el gran pensador dominicano Pedro Henríquez Ureña señaló que Hostos:
…prefirió, a un porvenir seguro de triunfos y de universal renombre, el obscuro pero redentor trabajo en pro de la tierra americana, y se lanzó a laborar por la independencia de Cuba, por la dignificación de Puerto Rico, por la educación de Santo Domingo. (“La sociología de Hostos”, 149)
Indiscutiblemente, Hostos fue ante todo un antillano. Su idea de la Confederación Antillana comprendía la creación de estrechos lazos entre las antillas hispanas –Cuba, República Dominicana y Puerto Rico- con el propósito de fortalecerlas y luchar por el bien común y poder salir de su condición colonial. Estas ideas eran compartidas con otros puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis.
El método que empleará Hostos para alcanzar su ideal será la educación, puesto que él era esencialmente un maestro y pensaba que solamente a través de la pedagogía se podría redimir a los pueblos latinoamericanos. Lo que realizará ya fuera desde las aulas, ya fuera con su pluma. Hostos se expresaba sobre el particular de la siguiente manera:
Todos nuestros pueblos de origen latino en el continente americano, arrastrados por la corriente tradicional que seguían las viejas nacionalidades, se han imbuido en un sistema de pensamiento que, como prestado, no sirve al cuerpo de nuestras sociedades juveniles.
Han ellos menester un orden intelectual que corresponda a la fuerza de su edad, a la elasticidad de su régimen jurídico, a la extensión de horizontes que tienen por delante, a la potencia del ideal que los dirige…(OC, XII, 164-165)
Camila Henríquez Ureña, estudiosa y discípula de Hostos, señaló al respecto que:
Para condensar en breves palabras los resultados de la labor pedagógica de Hostos, diremos que la medida de su importancia la da el alcance social que tuvo. En el tiempo realmente breve que pasó el educador en los países en que ejerció el magisterio su obra dejó huellas indelebles, sembró simientes fecundas. En Chile su recuerdo es venerado como el de un reformador de la enseñanza. A la República Dominicana la puso en el camino del progreso no sólo haciendo disminuir la ignorancia, sino elevando las condiciones morales y sociales, exponiendo al pueblo el significado de sus derechos y sus deberes. (Las ideas pedagógicas, 172)
De allí ese peregrinar hostosiano al que me referí antes y por eso lo vemos en Nueva York cuando ofrece sus servicios a la Junta Patriótica Cubana, ya que pensaba que la liberación de la hermana república cubana sería la salvación de Puerto Rico. Fue, entonces, nombrado director de La Revolución, periódico que servía de órgano a la Junta. Empero, al comprender que en la Junta, en el momento que Hostos llegó a ella, no había verdaderos revolucionarios sino colonos disgustados con más odios que principios morales, que más que la independencia de Cuba buscaban su anexión a Estados Unidos, decide apartarse de ellos. Mas, cuando la Junta Patriótica Cubana rechaza la anexión como posible solución al problema político cubano, se integra nuevamente a laborar con ellos.
El 4 de octubre de 1870, embarca, en Nueva York, con rumbo hacia Lima, Perú. Antes llega a Cartagena, Colombia en donde funda la Sociedad de Inmigración Antillana. En 1871, estando en Lima, funda las sociedades de Auxilio a Cuba y la de Amantes del Saber. Ésta última con el fin de cooperar en el desarrollo de la instrucción primaria y secundaria de su país huésped. También allí levantó su voz contra la explotación que sufrían los numerosos trabajadores chinos.
En diciembre de ese mismo año, se dirige a Chile y permanece allí hasta el 1873. Primero trabaja en la redacción del periódico La Patria de Valparaíso. Luego se traslada a la capital, Santiago, en donde escribe sus obras: La reseña histórica de Puerto Rico, la biografía Plácido, sobre el gran poeta cubano, su importante ensayo Hamlet, que fue traducido al inglés bajo el patrocinio de la Universidad de Harvard, y da allí su aclamado discurso sobre La enseñanza científica de la mujer, en el cual propone una innovación al sistema educativo chileno que hasta entonces no permitía el ingreso de mujeres a las aulas universitarias, lo que valió que las primeras chilenas egresadas de la Universidad le dedicaran sus tesis de grado en agradecimiento a sus gestiones.
El 29 de septiembre de 1873 marcha a Buenos Aires, hasta donde su prestigio se había extendido. Es recibido con gran entusiasmo. Abundan las ofertas de empleo y trabaja en uno de sus diarios. En diciembre de 1874, el rector de la Universidad de Buenos Aires, don Vicente F. López, le ofrece la cátedra de filosofía o la de literatura. Sin embargo, Hostos en respuesta le envía una carta rechazando tan tentadora oferta porque “yo he venido –le decía- a la América Latina con el fin de trabajar con una idea. Todo lo que de ella me separe, me separa del objeto de mi vida” (OC, II, 85). Durante ese período de tiempo publica una serie de artículos en la prensa en los que se exponía la importancia de unir a Chile y a la Argentina por medio de un ferrocarril trans-andino. Esto se hará una realidad. Por ese motivo la primera locomotora transandina de la Argentina llevó su nombre.
Poco después, sale con rumbo a Brasil. Allí se entera de que en Nueva York se preparaba una expedición cuyo objetivo sería iniciar la revolución en Cuba. Decide, entonces, regresar a la urbe neoyorquina. Llega allá en abril de 1874, después de permanecer varios días en Saint Thomas. En Nueva York, se enfrenta nuevamente a las desavenencias entre los patriotas cubanos, no obstante ponerse a la disposición de ellos.
En esa metrópoli, Hostos sufre gran miseria al punto que, según propia confesión, pasó muchos días sin otro alimento que agua de tamarindo. Por fin consigue trabajo. Da clases de francés a la vez que hace traducciones para la editorial Appleton.
El 30 de abril de 1875 ya estaba lista la expedición armada que se dirigiría a Cuba bajo el mando del general Francisco Vicente Aguilera. Hostos va en ella lleno de ilusiones, puesto que finalmente podrá luchar por la libertad. Mas, el “Charles Miller” era un barco tan viejo e inservible que dos días después se ven forzados a anclar en Newport, Rhode Island. La decepción fue tan grande que Hostos decide regresar a tierras latinoamericanas.
Entre 1875 a 1876 lo encontramos en Puerto Plata, República Dominicana. Junto a algunos dominicanos solía reunirse en la casa del general Gregorio Luperón y es allí donde, por vez primera, comenta la necesidad de organizar una Escuela Normal.
Regresa a Nueva York en 1876 para, poco después, dirigirse hacia Venezuela. Era la época del régimen de Antonio Guzmán Blanco. Trabaja, primero, como subdirector del Colegio de la Paz, luego como rector del Colegio Nacional de Asunción, y más tarde como profesor en el Instituto Comercial. En Caracas, contrae matrimonio con la cubana Belinda Otilia de Ayala. La madrina de la boda, oficiada por el arzobispo Ponte, fue la patriota y poeta puertorriqueña Lola Rodríguez de Tio.
En 1879, va a Santo Domingo y al año siguiente inaugura la Escuela Normal, la cual dirigirá hasta el 1888. También se desempeña como catedrático de derecho constitucional, internacional y penal, de economía política y de moral social en el Instituto Profesional de la Universidad de la ciudad primada. En 1881, funda otra Escuela Normal en Santiago de los Caballeros. Justamente en 1888, el presidente de Chile, José Manuel Balmaceda, le solicita a Hostos su ayuda en la reforma de la enseñanza de aquel país. El filósofo puertorriqueño no puede negarse ante semejante reconocimiento y embarca hacia Chile ha realizar la encomienda que se le pedía. Además, realiza otras funciones: rector del Liceo de Chillán (1889), rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui de Santiago (1890-1898) y profesor en la Universidad de Santiago.
Después de realizada su fecunda labor educativa en Chile y previendo la guerra hispano-norteamericana, Hostos renuncia al rectorado y regresa a Nueva York con el objetivo de velar por los derechos de las Antillas y ofrecer sus servicios al Partido Revolucionario Cubano, del cual era delegado en Chile. Llegó a Nueva York el 16 de julio de 1898. Dos días después la marina de guerra norteamericana sale de Santiago de Cuba con el propósito de invadir a Puerto Rico. Ese suceso alarma a Hostos, puesto que aunque hacía muchos años que había salido de su patria sus esfuerzos siempre estuvieron encaminados en pos de su liberación.
Ante la inminente invasión, una delegación puertorriqueña, que creía en la buena voluntad del gobierno de Washington, le pide a las autoridades norteamericanas que le permitiera aompañar a lo que se creyó, erróneamente, que sería un ejército libertador, como lo había sido en Cuba. La petición fue denegada. El 25 de julio, mientras un grupo de patriotas puertorriqueños integrados por Hostos, Manuel Zeno Gandía, Julio J. Henna y Roberto H. Todd se dirigían a la capital estadounidense para entrevistarse con el Secretario de Estado y el presidente McKinley, el general Nelson R. Miles ocupa militarmente a Puerto Rico.
A partir de entonces, las circunstancias políticas tomarán un nuevo giro para Hostos. Como gran conocedor del derecho internacional se ampara en él como único medio para conseguir justicia. En un manifiesto que se publica en la época escribe Hostos:
Ejerciendo nuestro derecho natural de hombres, que no podemos ser tratados como cosas; ejerciendo nuestro derecho de ciudadanos accidentales de la Unión Americana, que no pueden ser compelidos contra su voluntad a ser o no ser lo que no quieren ser, iremos al plebiscito. En los Estados Unidos no hay autoridad, ni fuerza, ni poder, ni voluntad que sea capaz de imponer a un pueblo la vergüenza de una anexión llevada a cabo por la violencia de las armas, sin que maquine contra la civilización más completa que hay actualmente entre los hombres, la ignominia de emplear la conquista para domeñar las almas. (OC, V, 8-9)
Haciendo hincapié en una frase del presidente Mckinley de que “una anexión forzada es una agresión criminal”, convocó a los miembros dispersos del disuelto Partido Revolucionario Cubano, sección de Puerto Rico y organizó en Nueva York la Liga de Patriotas Puertorriqueños. Su objetivo era que trabajasen en conjunto para salvar a Puerto Rico de la catástrofe que preveía.
Poco después regresa a su Isla de donde había estado ausente por más de 35 años, pero a quien amaba y conocía como pocos. Inició, entonces, una intensa labor con el fin de despertar el espíritu de sus compatriotas para que reclamaran en aquel momento histórico su independencia nacional. Sin embargo, sus intentos fueron vanos. El gobierno estadounidense había decidido retener el territorio que había obtenido de España como botín de guerra por virtud del Tratado de París. Además, el pueblo borincano no respondió al pedido hostosiano, ya que creía que a partir de entonces podría desfrutar de libertades que no había tenido con los españoles.
Decepcionado y triste y alegando que no podría vivir en un territorio prisionero, se marcha de su patria para nunca más volver. Se establece en Santo Domingo en donde perece cuatro años después, el 8 de noviembre de 1903. Pedro Henríquez Ureña nos narra los últimos años de Hostos en los siguientes términos, “Volvió a Santo Domingo en 1900, a reanimar su obra. Lo conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral” (“Ciudadano de América”, 265). En 1938, en homenaje póstumo y reconociendo su obra monumental por América, la Octava Conferencia Internacional Americana celebrada en Lima, Perú lo consagró como “ciudadano eminente de América y maestro de la juventud”.
Estoy solo con mi idea dominante. Ella es la que me sostiene en mis postraciones, la que me empuja hacia delante, la que apaga en su fuego inextinguible mis lágrimas secretas, la que me hace superior a la soledad, a la tristeza, a la pobreza, a las calumnias, a las emulaciones, al desdén y al olvido de los míos, al rencor y a los insultos de nuestros enemigos. Ella es mi patria, mi familia, mi desposada, mi único amigo, mi único auxiliar, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor, mi fortaleza. Ella es la que me señala en Puerto Rico mi deber; la que me indica en Cuba mi estímulo, la que me muestra la gran patria del porvenir en toda la América Latina… (Obras Completas, XIV, 7, énfasis mío)
Eugenio María de Hostos nació el 11 de enero de 1839 en el barrio Río Cañas de Mayagüez, ciudad ubicada en la costa suroeste de Puerto Rico. Realizó sus estudios primarios en el Liceo de San Juan de esa ciudad. Posteriormente, en 1852, es enviado por sus padres a Bilbao, España, en cuyo Instituto de Segunda Enseñanza obtuvo el bachillerato. Luego se traslada a Madrid (1858) e ingresa a la Universidad Central –hoy Complutense- en donde se matricula en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras. Allí tendrá como uno de sus más queridos profesores a don Julián Sanz del Río, ilustre filósofo que introduce y promueve el krausismo en España. Sus compañeros serán los que eventualmente descollaran como los máximos dirigentes intelectuales y políticos de la España decimonónica.
Sobre esta etapa de la vida de Hostos recuerda su más importante biógrafo:
Eugenio María de Hostos, compañero y amigo de aquella brillante juventud española que contaba entre sus hijos más preclaros a Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate, Castelar, Pi y Margall, Ruiz Zorrilla, Valera, Leopoldo Alas, etcétera, sostuvo con tesonero entusiasmo las ideas liberales de esa época, y con su pluma y su palabra ayudó eficazmente al triunfo de los principios republicanos. (Pedreira, Hostos, ciudadano de América, 8)
Sin embargo, Hostos no concluye su carrera, puesto que, como él mismo confiesa, se desilusiona con los métodos pedagógicos de la época (se ha señalado también que no terminó sus estudios universitarios por no querer recibir un título de un gobierno monárquico); época de desasosiego político y social que desembocará en el derrocamiento de la reina Isabel II. Hostos aprovecha ese suceso para, junto a otros compatriotas, luchar en la prensa y en el Ateneo de Madrid por la autonomía política y la liberación de los esclavos de Puerto Rico y Cuba y por la instauración de la República en España.
El prócer puertorriqueño colabora con numerosos artículos en periódicos catalanes y madrileños, además de escribir su primera obra, La peregrinación de Bayoán (1863). Sugestiva novela romántica de fondo socio-político en la que se perfila al futuro combatiente.
A partir de entonces, Hostos, se da a conocer por su gran liderazgo y potencia intelectual. El filósofo caribeño había decidido participar en la campaña republicana española porque había acordado con los dirigentes políticos peninsulares que una vez se estableciera ésta se le otorgaría la autonomía a Puerto Rico y Cuba. Sin embargo, cuando por fin triunfa la causa republicana las promesas no se cumplen, aunque se le ofrece la gobernación de Barcelona. Hostos comprende que en esas tierras no lograría su anhelado sueño y decide salir de España.
En 1869 se marcha a París con el firme propósito de consagrarse a luchar por el bien económico, político, social y, sobre todo, educativo de la América Latina. Esa será su meta por el resto de su vida, no obstante sobresalir brillantemente como pensador, escritor, educador y sociólogo. Facetas que se pueden apreciar en obras tales como: Moral social, Lecciones de derecho constitucional, Tratado de lógica, Geografía evolutiva y Tratado de sociología.
Hostos inicia en Nueva York (1870) su propaganda por la emancipación de Puerto Rico y Cuba, y por la unión y progreso latinoamericano. “Odisea”, según el decir de Pedreira, que lo lleva desde España a París, Nueva York, Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Venezuela, Saint Thomas, República Dominicana, Cuba y Puerto Rico.
El sentir patriótico de Hostos por la América nuestra lo visualiza Pedreira de la siguiente manera, “ciudadano de América, su patriotismo no tenía fronteras ni limitaciones nacionales que pudieran empequeñecerlo” (14). Hostos mismo solía decir que “cosmopolita es el patriota en toda patria”. Como deseaba Simón Bolívar, Hostos buscaba la unificación de Latinoamérica, esto es, el panamericanismo. Idea que seguirán predicando prohombres de la talla del uruguayo José Enrique Rodó y los mexicanos José Vasconcelos y Alfonso Reyes, entre otros muchos. Sin lugar a dudas, el puertorriqueño buscaba forjar un pensamiento común latinoamericano.
Al visitar cualquier país latinoamericano se identificaba con los problemas locales y luchaba por resolverlos. Además, sostenía que el porvenir de América estaba en la fusión de razas y que el mestizo era la esperanza del progreso. Atribuía el fracaso de España en América al olvido del indígena, a la malversación de las riquezas, a la injusta división de clases, al despotismo y a la desproporción excesiva entre ricos y pobres.
Ahora bien, no obstante la obra continental hostosiana, su sueño primordial consistía en la Confederación Antillana, una vez éstas alcanzaran su libertad política. Es por ello que el gran pensador dominicano Pedro Henríquez Ureña señaló que Hostos:
…prefirió, a un porvenir seguro de triunfos y de universal renombre, el obscuro pero redentor trabajo en pro de la tierra americana, y se lanzó a laborar por la independencia de Cuba, por la dignificación de Puerto Rico, por la educación de Santo Domingo. (“La sociología de Hostos”, 149)
Indiscutiblemente, Hostos fue ante todo un antillano. Su idea de la Confederación Antillana comprendía la creación de estrechos lazos entre las antillas hispanas –Cuba, República Dominicana y Puerto Rico- con el propósito de fortalecerlas y luchar por el bien común y poder salir de su condición colonial. Estas ideas eran compartidas con otros puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis.
El método que empleará Hostos para alcanzar su ideal será la educación, puesto que él era esencialmente un maestro y pensaba que solamente a través de la pedagogía se podría redimir a los pueblos latinoamericanos. Lo que realizará ya fuera desde las aulas, ya fuera con su pluma. Hostos se expresaba sobre el particular de la siguiente manera:
Todos nuestros pueblos de origen latino en el continente americano, arrastrados por la corriente tradicional que seguían las viejas nacionalidades, se han imbuido en un sistema de pensamiento que, como prestado, no sirve al cuerpo de nuestras sociedades juveniles.
Han ellos menester un orden intelectual que corresponda a la fuerza de su edad, a la elasticidad de su régimen jurídico, a la extensión de horizontes que tienen por delante, a la potencia del ideal que los dirige…(OC, XII, 164-165)
Camila Henríquez Ureña, estudiosa y discípula de Hostos, señaló al respecto que:
Para condensar en breves palabras los resultados de la labor pedagógica de Hostos, diremos que la medida de su importancia la da el alcance social que tuvo. En el tiempo realmente breve que pasó el educador en los países en que ejerció el magisterio su obra dejó huellas indelebles, sembró simientes fecundas. En Chile su recuerdo es venerado como el de un reformador de la enseñanza. A la República Dominicana la puso en el camino del progreso no sólo haciendo disminuir la ignorancia, sino elevando las condiciones morales y sociales, exponiendo al pueblo el significado de sus derechos y sus deberes. (Las ideas pedagógicas, 172)
De allí ese peregrinar hostosiano al que me referí antes y por eso lo vemos en Nueva York cuando ofrece sus servicios a la Junta Patriótica Cubana, ya que pensaba que la liberación de la hermana república cubana sería la salvación de Puerto Rico. Fue, entonces, nombrado director de La Revolución, periódico que servía de órgano a la Junta. Empero, al comprender que en la Junta, en el momento que Hostos llegó a ella, no había verdaderos revolucionarios sino colonos disgustados con más odios que principios morales, que más que la independencia de Cuba buscaban su anexión a Estados Unidos, decide apartarse de ellos. Mas, cuando la Junta Patriótica Cubana rechaza la anexión como posible solución al problema político cubano, se integra nuevamente a laborar con ellos.
El 4 de octubre de 1870, embarca, en Nueva York, con rumbo hacia Lima, Perú. Antes llega a Cartagena, Colombia en donde funda la Sociedad de Inmigración Antillana. En 1871, estando en Lima, funda las sociedades de Auxilio a Cuba y la de Amantes del Saber. Ésta última con el fin de cooperar en el desarrollo de la instrucción primaria y secundaria de su país huésped. También allí levantó su voz contra la explotación que sufrían los numerosos trabajadores chinos.
En diciembre de ese mismo año, se dirige a Chile y permanece allí hasta el 1873. Primero trabaja en la redacción del periódico La Patria de Valparaíso. Luego se traslada a la capital, Santiago, en donde escribe sus obras: La reseña histórica de Puerto Rico, la biografía Plácido, sobre el gran poeta cubano, su importante ensayo Hamlet, que fue traducido al inglés bajo el patrocinio de la Universidad de Harvard, y da allí su aclamado discurso sobre La enseñanza científica de la mujer, en el cual propone una innovación al sistema educativo chileno que hasta entonces no permitía el ingreso de mujeres a las aulas universitarias, lo que valió que las primeras chilenas egresadas de la Universidad le dedicaran sus tesis de grado en agradecimiento a sus gestiones.
El 29 de septiembre de 1873 marcha a Buenos Aires, hasta donde su prestigio se había extendido. Es recibido con gran entusiasmo. Abundan las ofertas de empleo y trabaja en uno de sus diarios. En diciembre de 1874, el rector de la Universidad de Buenos Aires, don Vicente F. López, le ofrece la cátedra de filosofía o la de literatura. Sin embargo, Hostos en respuesta le envía una carta rechazando tan tentadora oferta porque “yo he venido –le decía- a la América Latina con el fin de trabajar con una idea. Todo lo que de ella me separe, me separa del objeto de mi vida” (OC, II, 85). Durante ese período de tiempo publica una serie de artículos en la prensa en los que se exponía la importancia de unir a Chile y a la Argentina por medio de un ferrocarril trans-andino. Esto se hará una realidad. Por ese motivo la primera locomotora transandina de la Argentina llevó su nombre.
Poco después, sale con rumbo a Brasil. Allí se entera de que en Nueva York se preparaba una expedición cuyo objetivo sería iniciar la revolución en Cuba. Decide, entonces, regresar a la urbe neoyorquina. Llega allá en abril de 1874, después de permanecer varios días en Saint Thomas. En Nueva York, se enfrenta nuevamente a las desavenencias entre los patriotas cubanos, no obstante ponerse a la disposición de ellos.
En esa metrópoli, Hostos sufre gran miseria al punto que, según propia confesión, pasó muchos días sin otro alimento que agua de tamarindo. Por fin consigue trabajo. Da clases de francés a la vez que hace traducciones para la editorial Appleton.
El 30 de abril de 1875 ya estaba lista la expedición armada que se dirigiría a Cuba bajo el mando del general Francisco Vicente Aguilera. Hostos va en ella lleno de ilusiones, puesto que finalmente podrá luchar por la libertad. Mas, el “Charles Miller” era un barco tan viejo e inservible que dos días después se ven forzados a anclar en Newport, Rhode Island. La decepción fue tan grande que Hostos decide regresar a tierras latinoamericanas.
Entre 1875 a 1876 lo encontramos en Puerto Plata, República Dominicana. Junto a algunos dominicanos solía reunirse en la casa del general Gregorio Luperón y es allí donde, por vez primera, comenta la necesidad de organizar una Escuela Normal.
Regresa a Nueva York en 1876 para, poco después, dirigirse hacia Venezuela. Era la época del régimen de Antonio Guzmán Blanco. Trabaja, primero, como subdirector del Colegio de la Paz, luego como rector del Colegio Nacional de Asunción, y más tarde como profesor en el Instituto Comercial. En Caracas, contrae matrimonio con la cubana Belinda Otilia de Ayala. La madrina de la boda, oficiada por el arzobispo Ponte, fue la patriota y poeta puertorriqueña Lola Rodríguez de Tio.
En 1879, va a Santo Domingo y al año siguiente inaugura la Escuela Normal, la cual dirigirá hasta el 1888. También se desempeña como catedrático de derecho constitucional, internacional y penal, de economía política y de moral social en el Instituto Profesional de la Universidad de la ciudad primada. En 1881, funda otra Escuela Normal en Santiago de los Caballeros. Justamente en 1888, el presidente de Chile, José Manuel Balmaceda, le solicita a Hostos su ayuda en la reforma de la enseñanza de aquel país. El filósofo puertorriqueño no puede negarse ante semejante reconocimiento y embarca hacia Chile ha realizar la encomienda que se le pedía. Además, realiza otras funciones: rector del Liceo de Chillán (1889), rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui de Santiago (1890-1898) y profesor en la Universidad de Santiago.
Después de realizada su fecunda labor educativa en Chile y previendo la guerra hispano-norteamericana, Hostos renuncia al rectorado y regresa a Nueva York con el objetivo de velar por los derechos de las Antillas y ofrecer sus servicios al Partido Revolucionario Cubano, del cual era delegado en Chile. Llegó a Nueva York el 16 de julio de 1898. Dos días después la marina de guerra norteamericana sale de Santiago de Cuba con el propósito de invadir a Puerto Rico. Ese suceso alarma a Hostos, puesto que aunque hacía muchos años que había salido de su patria sus esfuerzos siempre estuvieron encaminados en pos de su liberación.
Ante la inminente invasión, una delegación puertorriqueña, que creía en la buena voluntad del gobierno de Washington, le pide a las autoridades norteamericanas que le permitiera aompañar a lo que se creyó, erróneamente, que sería un ejército libertador, como lo había sido en Cuba. La petición fue denegada. El 25 de julio, mientras un grupo de patriotas puertorriqueños integrados por Hostos, Manuel Zeno Gandía, Julio J. Henna y Roberto H. Todd se dirigían a la capital estadounidense para entrevistarse con el Secretario de Estado y el presidente McKinley, el general Nelson R. Miles ocupa militarmente a Puerto Rico.
A partir de entonces, las circunstancias políticas tomarán un nuevo giro para Hostos. Como gran conocedor del derecho internacional se ampara en él como único medio para conseguir justicia. En un manifiesto que se publica en la época escribe Hostos:
Ejerciendo nuestro derecho natural de hombres, que no podemos ser tratados como cosas; ejerciendo nuestro derecho de ciudadanos accidentales de la Unión Americana, que no pueden ser compelidos contra su voluntad a ser o no ser lo que no quieren ser, iremos al plebiscito. En los Estados Unidos no hay autoridad, ni fuerza, ni poder, ni voluntad que sea capaz de imponer a un pueblo la vergüenza de una anexión llevada a cabo por la violencia de las armas, sin que maquine contra la civilización más completa que hay actualmente entre los hombres, la ignominia de emplear la conquista para domeñar las almas. (OC, V, 8-9)
Haciendo hincapié en una frase del presidente Mckinley de que “una anexión forzada es una agresión criminal”, convocó a los miembros dispersos del disuelto Partido Revolucionario Cubano, sección de Puerto Rico y organizó en Nueva York la Liga de Patriotas Puertorriqueños. Su objetivo era que trabajasen en conjunto para salvar a Puerto Rico de la catástrofe que preveía.
Poco después regresa a su Isla de donde había estado ausente por más de 35 años, pero a quien amaba y conocía como pocos. Inició, entonces, una intensa labor con el fin de despertar el espíritu de sus compatriotas para que reclamaran en aquel momento histórico su independencia nacional. Sin embargo, sus intentos fueron vanos. El gobierno estadounidense había decidido retener el territorio que había obtenido de España como botín de guerra por virtud del Tratado de París. Además, el pueblo borincano no respondió al pedido hostosiano, ya que creía que a partir de entonces podría desfrutar de libertades que no había tenido con los españoles.
Decepcionado y triste y alegando que no podría vivir en un territorio prisionero, se marcha de su patria para nunca más volver. Se establece en Santo Domingo en donde perece cuatro años después, el 8 de noviembre de 1903. Pedro Henríquez Ureña nos narra los últimos años de Hostos en los siguientes términos, “Volvió a Santo Domingo en 1900, a reanimar su obra. Lo conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral” (“Ciudadano de América”, 265). En 1938, en homenaje póstumo y reconociendo su obra monumental por América, la Octava Conferencia Internacional Americana celebrada en Lima, Perú lo consagró como “ciudadano eminente de América y maestro de la juventud”.
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